miércoles, 11 de diciembre de 2013

Portento físico y gilipollas

Yo, que siempre he sido un portento físico. Yo, gilipollas y ególatra como pocos. Yo, que no puedo engañar a nadie a estas alturas, siempre he sido muy de tirar piedras. Además, y sinceramente, he tenido siempre cierto estilo como lanzador, mas si la mierda iba derecha a introducirse en paladar ajeno yo alzo la mano heroico y aquí paz y después gloria que luego todo se sabe.


Andaba yo tramando engaños con mis compinches habituales cuando la fama me jugó una mala pasada. La fama, bendita y odiosa fama a partes iguales. Tengan en cuenta mis dos lectores que me encontraba en la difícil edad de los 15 o 16 años. La clase en cuestión era Educación física. He de decir que aunque no educaba demasiado en líneas generales, me sirvió para aprender algo. Lo aprendí por inercia, no por mérito del profesorado, espero que no os extrañe esta apreciación a aquellos que habéis estudiado en España.


Como decía anteriormente siempre he sido un portento físico. Los deportes nunca se me han dado mal del todo. En ninguno he sido un 10 nunca, la verdad, tampoco un 9, pero rara vez bajé del 4. Digamos que me muevo entre el 5 y el 7, quizá algún 8 inesperado o genialidades esporádicas que hacen creer al personal que pertenezco al selecto grupo de la élite. Mi vida académica también ha rondado siempre los parámetros anteriores. Mis padres leían constantemente en cada boletín de notas observaciones hacia mi persona como “puede hacerlo mucho mejor, tiene capacidades, pero no quiere y no se esfuerza”.  Notición.


El plan era fácil de llevar a cabo, hasta un gilipollas podría. Nos encontrábamos inmersos en las pruebas físicas de evaluación con las que te librabas del examen escrito. Tras pasar las primeras pruebas con facilidad nos disponíamos a realizar la prueba de abdominales. Debíamos superar un número mínimo de realizaciones en un minuto, pongamos 30, por ejemplo. No recuerdo la cifra exacta. Lo que sí recuerdo es que toda la clase se dividió en grupos de tres. Uno realizaba el ejercicio, otro agarraba por los pies, algo indispensable, y el tercero en cuestión contaba. Contar era importante. Después la profesora se acercaba a cada grupito para apuntar en su libreta qué número había alcanzado y comprobar así si había superado la prueba.


En un clima de camaradería barata y haciendo un alarde de perspicacia, mis dos compañeros y yo decidimos engañar a la profesora aumentando la cifra del primer participante en 5 o 6. La susodicha dijo saber que la estábamos engañando en 5 o 6 porque nos vigiló expresamente desde la distancia y resto esos 5 o 6. Segundo intento y segunda reprimenda. Volvió a restar los 5 abdominales de más que dijimos había realizado el segundo de los participantes.


Yo fui el último de nuestro grupo. Decidimos que nuestra estrategia no era la correcta y abortamos la misión antes de enrolarnos en un tercer fracaso consecutivo. Terminé mi ejercicio y supere con creces la media. La profesora se acercó, preguntó y al oír la respuesta me dijo algo así como: “tú eres tonto, has visto que a tus compañeros no les ha salido e intentas engañarme igual, no es que te reste lo que te has inventado es que estás suspenso”. La ira se apoderó de mí y protesté con contundencia. No sirvió de nada. Suspendí. Tuve que hacer un examen escrito para recuperar la asignatura un mes más tarde, lo bordé.


Esa fue la primera asignatura que suspendí en toda mi vida. Yo, el portento físico, suspendí Educación física, por gilipollas.

2 comentarios:

  1. No sabía yo d la existencia de este blog...ya tienes un tercer lector manases...
    saludos desde SPLIT

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    1. jajaja, Bienvenido seas JuanMa, sois tres, pero os cuido bien ;)

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